“El celo ocasiona disputas por el reguardo y la protección de la cosa amada”
dice Santo Tomás (1)
Desde lejanos tiempos, la literatura universal – para no hablar de la crónica judicial –, ha demostrado que cuando “ la cosa amada” es un ser de carne y hueso, “reguardo” y protección” suelen traducirse en algo muy distinto de lo imaginado por el angelical escolástico, y que de las “disputas” devienen, muy a menudo, traumáticas rupturas.
Cada quien ha podido constatar que, a menudo los celos , llevan a quienes lo padecen, a cometer excesos inútiles y mortificantes, con el consiguiente daño para las personas y sus relaciones. La intención de “resguardar” y “proteger” lo amado, en este caso conduce a lo contrario: al deterioro y al sufrimiento.
Para el filósofo Humberto Giannini, la definición de santo Tomás parece valida tanto para los celos amorosos como para “el celo funcionario”(2) y ello nos ayuda a mejor comprender esta compleja extendida pasión.
Cuando el objeto de loa celos no es una relación amorosa, la aflicción que de ello deriva se asemeja mas a la envidia que al deseo compulsivo de dominación y de apropiación del otro.
El celo se manifiesta, ahora como aflicción por no poseer el don o los atributos que acarrean prestigio, gloria y/o éxito a los otros. Esta envidia es “tristeza a causa del bien ajeno” (3) y resulta ser tan dolorosa y cruel como la desconfianza y la inseguridad que corroen el amor de una pareja.
A juzgar por la opción de Miguel de Cervantes – alguien para quien el alma humana no guardo ningún misterio – esa envidia, hermana de los celos es la mala envidia: “… de dos que hay, yo no conozco si no a la santa, a la noche y bien intencionada” . (4) Miguel de Cervantes alude, evidentemente, a la envidia sana, que promueve la emulación y la superación personal, que nos permite nutrirlos de las cualidades y de la excelencia de los demás.
- Tomas de Aquino, suma Teológica, in Humberto Giannini, del bien que se espera y del bien que se debe; p. 152, ediciones
- Dolme, Santiago, 1997.
- Ibídem
- Ibídem
- Miguel de Cervantes, prólogo al lector, segunda parte del ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.