Daniel Arzola, artista visual, activista por los Derechos Humanos y conferencista que ha sufrido en carne propia la intolerancia en su forma más directa, nació en Maracay, Venezuela, un 6 de mayo de 1989. Pocos años después ya empezaría a hacer sus primeros dibujos sentando las bases de lo que sería su inmenso talento, su oficio y su propósito de vida: hacer que el arte sea también un medio de inclusión para los que se sienten marginados por su orientación o identidad sexual.
Se podría pensar que un país como Venezuela, receptor de grandes oleadas de inmigrantes desde la primera mitad y hasta bien entrada la década de los ´80 del siglo XX, multirracial, bien conectado con el mundo por su posición geográfica, inmensamente próspero, con un sistema educativo sólido y una clase media pujante hasta no hace mucho tiempo, distaría mucho de ser homofóbico. Se podría pensar. Pero no es la realidad. Venezuela es un país donde el machismo y la homofobia son parte del día a día y también de la institucionalidad. Desde el presidente de la República hasta diputados de todo el espectro ideológico utilizan la homosexualidad para descalificar o insultar (entre otras muchas cosas). Y esto no ha hecho sino agudizarse en las últimas décadas.
Desde que era solo un niño, Daniel encontró en el arte, específicamente en el dibujo, una suerte de refugio, un escape de esa sociedad prejuiciosa que lo rodeaba.
Lamentablemente, su experiencia con la intolerancia no iba a ser solo cuestión de percepción individual u homofobia relativa. Hubo un episodio que reforzaría sus temores y que lo enfrentó, literalmente, a una situación de vida o muerte., El simple hecho de que Daniel fuera homosexual, fue motivo suficiente para que, con apenas quince años, y en el no tan lejano 2004 un grupo de personas lo interceptara en su ciudad natal, le destruyera gran parte de sus creaciones y lo agrediera físicamente hasta niveles que rebasan la imaginación más morbosa.
Aquella agresión podría haberlo minimizado o acobardado, pero sucedió todo lo contrario: después de unos años de «pausa creativa», y alentado por episodios similares o peores que el suyo, Daniel decidió no solo que retomaría la creación, sino que sería voz para aquellos que no la tienen a través del activismo social. O «artivismo», término que el mismo acuñó aliando su pasión de siempre, el arte, con su nuevo propósito de vida.
Según sus propias palabras: «Artivismo es usar el arte como una herramienta de transformación social. Es poder representar una idea que no pueda ser destruida y que sirva para representarnos culturalmente, pues el arte incide en la cultura, y los cambios culturales son también el inicio de una nueva realidad».
Inspirado por este poderoso y novedoso término, Daniel Arzola crea la campaña “No Soy Tu Chiste”, una serie de pósters con planteamientos que enfrentan la homofobia y transfobia, trabajo que fue traducido a veinte idiomas y apoyado vía Twitter por la cantante estadounidense Madonna. De esta manera, empezó una carrera imparable en la cual se mezclan y potencian arte, cultura pop y redes sociales, catalizados por la inquieta y brillante mente de Daniel.
2017 es un año muy especial para Daniel. Por un lado, resulta ganador del premio Trailblazer Honor Award de la cadena de televisión estadounidense Logo TV por su aporte a la comunidad LGBTQ, mientras que, en el extremo austral de nuestro continente, Arzola intervino la estación Carlos Jáuregui del metro de Buenos Aires con «La voz que abrió el camino», obra alusiva a la lucha de la comunidad LGBTQ y que se convertiría en su primera exposición permanente. Es también en este año que la revista norteamericana Americas Quarterly lo incluye en su «Top 5» de artistas gráficos influyentes en Latinoamérica.
En 2018, el gobierno de Alberta, Canadá, incluyó a Daniel Arzola en el “Top 30 under 30”, un reconocimiento dedicado a personas menores de 30 años que han tenido impacto global en la construcción de realidades más justas.
La teoría del «artivismo» de Daniel Arzola ha sido discutida en diversas universidades del mundo incluyendo Venezuela, México, Ecuador, Estados Unidos y Canadá, entre otros países, donde ha ofrecido conferencias, charlas y talleres sobre el arte como herramienta de transformación social, y como una forma de empoderamiento de comunidades o individuos sometidos a discriminación.
«… Es convertir al arte en una idea que nos una, que nos comunique y que no pueda ser destruida. Es crear símbolos de lucha”, nos dice Daniel desde Santiago de Chile, su actual ciudad de residencia, sobre lo que él considera una simbiosis ya imparable entre su creación artística y su compromiso social.
“Cuando tienes un conflicto, creo que hay un grado vital donde uno trata de resistir y esperar su momento…». El momento de Daniel llegó hace un tiempo. Y lo hizo para decirnos a todos que nuestra singularidad es valiosa, que la sensibilidad es una herramienta y no un defecto, que alcemos nuestra voz con valentía. Y que, si persistimos en la honestidad y el compromiso, quizás el mundo se detenga por un momento a escucharnos.
/ POR MARTÍN BRASSESCO