Jack y Algernoon son dos caballeros victorianos alegres, acaudalados y cínicos. Unos vividores que, a pesar de su desparpajo y frivolidad, esperan encontrar el amor.
Jack ha creado a Ernesto, un hermano ficticio repleto de defectos, a quien usa como coartada para escapar de la bucólica vida campestre y sumergirse en la vibrante Londres. En los conspicuos salones de la gran ciudad, se hace llamar, a su vez, Ernesto y con ese nombre se gana el corazón de la aristocrática Gwendolen. Tras años desempeñando ambos roles, ¿quién es él en realidad? ¿Ernesto? ¿Jack? ¿ambos?
Algernoon, por su parte, aprovecha el ardid de su amigo para aventurarse en la otra vida del respetado terrateniente rural. Tomando la identidad de ese supuesto impenitente y vividor Ernesto, se infiltra en el hogar de Jack, donde conoce y enamora a la ingenua Cecily.
A los dos caballeros se les complica la situación cuando sus enamoradas afirman que solo pueden amar a alguien que se llame Ernesto. Semejante exigencia lleva a ambos al disparatado intento de ser bautizados con tal nombre para complacer a sus prometidas. La sola idea de perder ese amor mueve a los protagonistas a renunciar a su propio nombre. Dejar de ser el que soy.
Se suele decir que esta pieza de Oscar Wilde aborda la renuncia de la propia identidad para ajustarse a los estándares de la sociedad victoriana, para dar una imagen respetable en un ambiente de ejemplar hipocresía. Sin embargo, si miramos con atención, vemos que la intención de los protagonistas no es encajar en exigencias sociales, se trata más bien de renunciar a sí mismos por amor. El motivo de su cambio de nombre y con ello de quién ellos son, es tener la aprobación de la persona amada.
Lo que aparenta ser un fin noble, en realidad es una trampa peligrosa: significa someterse a una voluntad externa en lugar de aceptarse y ser genuinamente reconocido. La aceptación incondicional plantea uno de los mayores desafíos en las relaciones personales, especialmente en aquellas basadas en el amor. Sin incondicionalidad, es difícil hablar verdaderamente de amor.
Para profundizar en quién soy, hace falta plantearse algunas preguntas y responderlas con honestidad: ¿Qué rasgos me constituyen genuinamente? ¿Qué acciones emprendo para complacer los deseos, exigencias o caprichos de la persona que amo? ¿Cuál es el precio, emocional, que pago por esas acciones? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a llegar para no perder el vínculo que me une a alguien?
Antes de terminar, podemos hacer una última reflexión acerca de la identidad y el vínculo sentimental: ¿es realmente amor un vínculo en que no puedo ser genuinamente quien soy?
Es posible que no pase por la pila bautismal para llamarme Ernesto, sin embargo puedo estar sacrificando algo mucho más esencial que mi nombre para conservar una relación.
La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, Teatro Lara, hasta septiembre del 2023
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