“Éramos pareja, una pareja normal” – aclara con honestidad y sencillez Marina, a la policía de la brigada de delitos sexuales, que tras la muerte de Orlando, la investiga de manera invasiva y vejatoria, pues Orlando le doblaba en edad y Marina es una joven mujer transgénero, lo que a la policía le da motivos suficientes para sospechar “posibles agresiones”.
Después de una velada romántica, cuando Marina y Orlando descansan tranquilos, este sufre un ataque producto de un aneurisma. Con desesperación Marina intenta llegar con él al hospital. Sin embargo, la rapidez de los hechos no perdona. La confusión y el impacto de la muerte inesperada. Fin.
Este dramático acontecimiento es el comienzo de un tiempo cruel para Marina, quien silenciosa y melancólica deambula por la ciudad. Intentando no desarmarse y continuar el día, en esa perplejidad en que deja la muerte a los que sobreviven y que deben seguir habitando un mundo que es el mismo, pero se encuentra violentamente rasgado por la pérdida imposible del ser amado.
La película muestra las horas, dos o tres días tal vez, que vive Marina entre la muerte de Orlando y la despedida de su cuerpo, momento en que, por fin, pueden descansar sus ojos dejando caer unas oprimidas lágrimas.
Marina transita por las horas más oscuras tratando de mantener esa organización interna que permite, en las crisis, encontrar la fuerza para seguir, la claridad para evaluar la situación y tomar las decisiones correctas. Nuestra heroína se caracteriza por su gentileza y valentía, es profundamente femenina, respetuosa y delicada, al mismo tiempo que asertiva y directa cuando se trata de defender sus derechos y lo que ama. Es fuerte y vulnerable y parece que se ha movido desde siempre en la soledad y desde la soledad. No es difícil empatizar con ella; por el contrario, es imposible no hacerlo.
La ciudad, la sociedad o el mundo que Marina habita, se nos presenta como el antagonista. Representado en los primeros momentos por los médicos del hospital y los policías, y más adelante a través de la ex esposa, el hijo y otros conocidos, que expresan de distintas maneras, sutiles y brutales, prejuicios, resistencia, rechazo, y una profunda falta de empatía hacia Marina y su duelo. La intolerancia y el rechazo a la diferencia se nos revelan abiertamente y, al mismo tiempo que contrastan con la amabilidad y delicadeza de Marina, nos permiten resonar y comprender esa soledad y melancolía que estaban allí mucho antes del duelo.
Sin embargo, la ciudad tiene luces y sombras. Desde el gris cemento emergen portales en tonos pastel y verdes árboles. Entre las caras serias y malhumoradas, personajes mínimos que esbozan amabilidad, y se convierten en esa taza de té que reconforta, como la manicurista que cuida las manos de Marina cuando ella las ve groseras y le refleja con una sonrisa que no es así. O como la misma ventolera, que en aquella preciosa escena se opone al paso de Marina, también levanta las hojas secas, lo pone todo en movimiento, limpiando el aire de una ciudad contaminada. Así mismo, la mujer fantástica, logra movilizar en sus espectadores emociones amables y empáticas hacia su protagonista y dinamiza en nuestras sociedades discusiones en torno a la tolerancia y la inclusión, no ya desde la ideología pura sino desde la simpleza de nuestra humanidad compartida, esa humanidad que se revela dramáticamente ante la muerte, que deja sin efecto toda ventaja y poder previamente adquirido, y que de manera bella y sobrecogedora canta la letra de la canción final:
adiós mi amor
quizás para siempre
adiós mi amor
la marea espera por mi
quién sabe cuándo nos volveremos a encontrar, si es que alguna vez,
pero el tiempo
fluye como un río
hacia el mar, hacia el mar.