“Pero es más evidente aún que debemos tolerarnos unos a otros, porque todos somos débiles,
inconsecuentes, sujetos a la mudanza y al error.”
Voltaire
Vivimos en una sociedad cada vez más plural y multicultural, formada por una variedad de grupos sociales con costumbres, creencias y prácticas diferentes, y en nuestro afán para convivir pacíficamente en una sociedad democrática, justa y libre, ha tomado relevancia el principio de tolerancia como valor fundamental en el ámbito social, político y ético.
Desde el punto de vista filosófico la tolerancia se puede concebir como un valor ético, como una virtud, una cualidad moral buena, necesaria para reconocer al otro, y respetar su diferencia. Una virtud pública compartida por todos, independientemente de la relatividad y pluralidad de sus creencias, un valor esencial y necesario para lograr los objetivos de justicia, paz y libertad de las democracias actuales.
Desde sus orígenes el término “tolerancia” ha tenido varios significados que podemos resumir en dos acepciones principales. La primera, que llamaremos sentido negativo, proviene del verbo latino tollerare que significa soportar las creencias y prácticas de los otros a pesar de ser contrarias a las nuestras, es decir, convivir con lo que desaprobamos, y una segunda acepción que proviene del griego tálanton que significa “balanza”, e infiere la búsqueda del equilibrio de las creencias y prácticas de los distintos grupos humanos que conforman una comunidad política.
De esta forma podemos considerar dos concepciones, una negativa que tolera las diferencias de quienes son distintos y por otro lado, una positiva que considera la diversidad cultural de los otros y trata de comprenderlos.
Estas dos concepciones se conjugan hoy en día para concebir un principio de tolerancia que permita la convivencia pacífica, creativa, justa y libre de los diferentes grupos humanos y culturas que conforman las sociedades democráticas.
Un grupo humano se constituye por lo general alrededor de la pertenencia a un territorio, una ideología, una religión, etc., pero se consolida y su identidad se profundiza por medio de mecanismos de desconocimiento y exclusión de los otros grupos. Es decir, los mecanismos de exclusión de los otros ayudan a consolidar la identidad del grupo. Esos mecanismos pueden acrecentar las diferencias con el resto de los grupos hasta llegar a la indiferencia, la hipocresía, y lo peor, el enfrentamiento y la violencia.
Pareciera que la identidad, crecimiento y consolidación del grupo crece de forma inversamente proporcional al de su tolerancia a los demás grupos. En este sentido, la tolerancia y la identidad del grupo son dos fuerzas, inclusión y exclusión, que se contraponen. Al mismo tiempo que queremos tolerar otras culturas, prácticas y creencias ajenas a nosotros, al enfatizar sus diferencias con nosotros tendemos a su exclusión. Un reconocimiento de nosotros a partir del desconocimiento de los otros.
Esto crea uno de los principales problemas en la aplicación efectiva del principio de tolerancia y según el filósofo Gadamer hace de la tolerancia la virtud más infrecuente.
Un ejemplo de este comportamiento lo representan algunos movimientos nacionalistas que desarrollan una superidentidad y se hacen demasiado exclusivos, lo cual por lo general los hace desembocar en una intolerancia irreversible e irracional.
Para lograr una tolerancia mas efectiva, que ayude a la convivencia multicultural, debemos limitar nuestras prácticas y creencias, y de esta forma limitar nuestra identidad grupal para que no incida sobre la convivencia con los otros. Además del respeto sustentado por la tolerancia en su acepción negativa, es indispensable la tolerancia positiva, la comprensión de los otros, aprender de los otros, lo cual se traduce en cómo interactuamos, enfrentamos y equilibramos nuestras diferencias, cómo debatimos nuestros sistemas de creencias y prácticas en el espacio público, lo que podríamos llamar la tolerancia de comprender.
La tolerancia implica siempre respeto, y en el mejor de los casos, comprensión.