El exilio que nos empuja hacia adentro y hace de nuestra supervivencia una prisión, se transforma en INSILIO. Es un destierro voluntario, un escape detenido que nos aferra a lo que sentimos como propio, para luego advertir que lo hemos perdido.
La Trinchera Infinita es una película sobre insiliados, la historia de un país, de familias que, sin darse cuenta, huyeron hacia adentro y, en esa fuga, se perdieron. Es una experiencia universal, contada desde códigos locales muy arraigados en la piel del español.
La España de 1936, erosionada por un franquismo expansivo y poderoso, es narrada a través de las vidas de Higinio y Rosa, su mujer. Ellos representan a esa nación perseguida y anulada por la dictadura. El miedo, la sospecha y el disimulo son los protagonistas de una historia basada en hechos reales. «Los topos» de la guerra civil española, fueron hombres que, para salvar la vida, se vieron obligados a esconderse durante décadas, tras los muros de sus casas o bajo sus suelos, generando una dolorosa paradoja: para escapar nos encerramos o para ser libres nos aprisionamos. Le ocurrió a familias y a todo un país que tuvo que desempolvar palabras oxidadas, mientras sus vivos eran sepultados en busca de un olvido que los protegiera. Términos como «encierro», «esconderse», «perseguir», «enterrar», «huir», «peligro» y «Franco», entre otros, configuraron esta nueva manera de percibir la vida a través de la mirilla de la puerta, del hueco en la pared, o de una finísima grieta llamada miedo. Ese que justifica, acepta, permite y miente.
La película nos invita a reflexionar acerca de las trincheras que, como esos «topos», vamos construyendo y, sin darnos cuenta, se convierten en otras cárceles, en nuevos armarios. Existen tantas trincheras en las que nos refugiamos, que muchas veces no advertimos que nuestra vida es como la de Higinio.
Cultivamos trincheras ideológicas, religiosas, sexuales, de nacionalidad; trincheras culturales, de poder, de información, del tiempo y hasta del propio cuerpo. Trincheras existenciales que despliegan un universo de contradicciones en donde, terminamos – como Higinio – cavando túneles que, en realidad, son tumbas.
El ser humano, en mayor o menor medida, es un insiliado y, para compensar sus desarraigos, hace guetos, edifica espacios personales dentro de otros que perdió. Le ocurre a Higinio, a Rosa y a quienes, refugiados en guaridas tangibles o virtuales, como las redes sociales, se pierden y anestesian. Se nos puede ir la vida entre murmullos, en la rutina y la pobreza que genera cerrarnos a puntos de vista novedosos. Es que espiar la vida de otros no significa que estemos viviendo la nuestra.
Garaño, Goenaga y Arregi, los directores de la película, nos introducen en un persistente estado de ansiedad que cansa y reclama una salida del insilio hacia la luz. «El topo» es exhortado por su mujer y su hijo a modificar su existencia, atreverse y aprender a vivir a pesar del miedo.
La Trinchera Infinita es a mi juicio una pieza extraordinaria que nos invita a observarnos para dejar de espiar, nos muestra hendiduras para salir, nos advierte del riesgo de repetir nuestra historia personal o colectiva y nos asoma la posibilidad de cambiarla.
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