Pablo y Elián están a quince mil kilómetros de distancia, pero no tienen a nadie más cerca. Sería difícil negar que Pablo, inmigrante argentino en Sídney, y Elián, actor español en Madrid, están próximos el uno del otro. Próximos, aunque lejanos; acompañados, pero solos.
En Próximo, obra del director bonaerense Claudio Tolcachir, lo cercano y lo distante se confunden. ¿Qué es cerca? ¿Qué es lejos? Las tecnologías de la comunicación están cambiando el mundo, con nosotros adentro. Como niños, tenemos que aprender de nuevo el significado de las palabras.
El cuerpo. ¿Podemos relacionarnos sin el cuerpo? Desde luego que sí. Dos mentes pueden conectarse, entablar amistad y enamorarse, sin que sus cuerpos se hayan tocado jamás. “¿A qué hueles?”, “¿Qué hora es allí?”, “¿Qué temperatura hace?”, se preguntan los personajes de Próximo, preguntas que sólo interesan al cuerpo, que busca su lugar en la relación.
¿Quiénes están más cerca? ¿Dos personas sentadas a la misma mesa, cada una viendo la pantalla de su teléfono, o dos individuos, como Pablo y Elián, una pareja de hombres que no se conocen en persona, sino sólo a distancia, y que se comunican por Skype? La tecnología tiene la misma capacidad para unirnos que para separarnos, todo depende del uso que hagamos de ella.
El sociólogo y filósofo polaco, Zygmunt Bauman no estaba del todo en lo cierto en la crítica que hacía a las redes sociales, pues sólo veía en ellas su indiscutible aspecto negativo. Claro que es posible fundar y mantener nuevos vínculos humanos en la distancia. ¡Que nada sustituye al cara a cara y a piel con piel! Es cierto, nada sustituye a la presencia física. Pero quien se comunica por Skype puede no buscar sustitutos: simplemente hace uso inteligente de una herramienta disponible. La curiosidad y el deseo por el cuerpo del otro permanecen. “Ojalá estuvieras acá”, anhela Pablo.
Cuando nuestros abuelos y abuelas migraron era muy difícil mantener lazos con familiares y amigos. Eran los tiempos del correo postal. Hoy en día, niños inmigrantes, en su lucha contra el desarraigo, se conectan en red con sus amigos del país de origen para jugar online a la consola. Lejos, eso sí, los cuerpos. El roce es imposible a través de las pantallas.
“Pensar en un hombre se parece a salvarlo”, escribió el poeta y ensayista Roberto Juarroz. Llamar por Skype al otro se parece a salvarlo, parece ser la experiencia compartida de Pablo y Elián, que salvan al otro, salvándose. Al menos, mientras no se corte la comunicación.
“¿Cómo puedo ayudarte?”, pregunta Pablo. “No me cortes”, contesta Elián.
En otro tiempo se decía: dame la mano o abrázame. Ahora decimos: no me cortes.
Cercanía no corporal, más no incorpórea; están la voz y la imagen, filtradas por dos pantallas: la que emite y la que recibe. Y detrás de cada una, un ser humano, sintiéndose, a la vez, solo y acompañado, como todos, como siempre.
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