Edición Europa

2022 número 1

Filosofía

UN HOGAR PLANETARIO

Venimos de la noche y hacia la noche vamos Vicente Gerbasi / Poeta venezolano

Palabra cruda y sonora que duele al pronunciarla, Desarraigo.

Denota el efecto y resultado de arrancar una planta de raíz, trasplantar a alguien de su lugar de origen, de su entorno, de su hogar, de su crianza, de sus costumbres, de su “ethos”: conjunto de rasgos o modos de comportamiento que forman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad.

El desarraigo es un sentimiento de pérdida, una sensación de extrañamiento que afecta nuestra identidad individual y colectiva. La angustia, el miedo, la frustración, la violencia y la soledad, son todas sensaciones y vivencias inherentes a él.

En el abrupto comienzo de este nuevo milenio, el desarraigo se ha convertido en uno de los problemas sociales más graves, en una tragedia que involucra a toda la humanidad, representada por millones de víctimas, producto de las migraciones masivas y de los desplazamientos forzados. Víctimas que huyen de las guerras, del hambre y las enfermedades, de la exclusión y la pobreza extrema.

Esta tragedia, creada por el propio ser humano, requiere para su solución de una verdadera solidaridad, en la que la diversidad cultural ayude a crear conciencia de las necesidades mínimas de toda persona. A su vez, que genere el compromiso de la comunidad internacional, más allá de los límites territoriales de los Estados Naciones, a través de una jurisdicción de derechos globales y universales. Y desde un punto de vista filosófico, reafirme valores superiores, mediante un “ethos” (costumbre y conducta) y una ética mínima universal, consistente con el mundo de la vida, el mundo que contiene todos los actos culturales, sociales e individuales de nuestra existencia.

Los seres humanos además de habitar un espacio y un tiempo vivencial, poseemos una existencia mental, pensante, convivimos en el éter de la significación, del sentido, inmersos en un mundo de representaciones, de mitos, creencias, relatos, imágenes, afectos, y hoy en día ampliado por las nuevas tecnologías y un nuevo mundo: el ciberespacio y la realidad virtual.

Más allá de la separación de nuestros seres queridos y de tener que cambiar nuestros hábitos y prácticas, este desarraigo produce la sensación de un mundo extraño, ajeno, que no podemos sentir nuestro, un mundo que violenta nuestra vida, una especie de distopía (antiutopía, sociedad con características negativas), que nos ofrece incertidumbre y en el cual se nos hace imposible arraigarnos. Simone Weil, escritora francesa, ya advertía que: «Estar arraigado es tal vez la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana. Es una de las más difíciles de definir.”

Recurriendo a una filosofía terapéutica, que se preocupe más por el bienestar que por la comprensión humana, como la que propuso el filósofo estadounidense Stanley Cavell – a partir de las teorías de su predecesor Wittgenstein -, podemos considerar la filosofía como una forma de reeducación para adultos. Y así reeducar al ser humano en su diversidad de identidades, costumbres y culturas, para llegar a un consenso de lo que somos y a un objetivo común de lo que queremos ser.

Siempre será necesaria la diversidad dentro de la globalidad, pero será un mundo más arraigado en lo global, dentro de una ética que tienda a un consenso humanitario universal que haga posible el arraigo, transformando el desamparo y el destierro en la posibilidad inmunológica de un Hogar Planetario.

 


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José Ramón Ortíz / Matemático y filósofo por formación, escritor por vocación y educador por compromiso ético y por afrontar la vida como una aventura epistemológica. Estudió en las universidades de Sussex (B.Sc.) y Londres (M.Sc.), en Inglaterra. José Ramón es también Doctor en Educación de Nova Southeastern University, Estados Unidos.

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